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Con nada comparo la belleza
de los surcos que en mi frente
predominan;
tan dignos y afables
cuál las muecas
de mís labios dibujando
una sonrisa.
Más digna y apreciable
que mís trenzas
luciendo las cenizas
de la tarde;
comparo con ellas
la belleza,
del vuelo silencioso
de las aves.
No hay pechos
más castos que aquellos,
que pierden gravidez
cuando amanece;
después de amamantar
y dar consuelo
fungiendo como cántaros
de mieles.
No hay huellas
más profundas que aquellas,
que dejan tus pasos por la vida
después de caminar
por las veredas;
arando los caminos de la vida.
No hay belleza,
más auténtica y hermosa
que aquella que con su tez de diosa,
despierta en la ma~ana presurosa
vistiéndo sus oto~s;
con el perfúme de las rosas.
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